Vladimir Pyotrovich Tkachenko visto por la particular vision de Victor Marcos (@tanwiti)
«No partimos de lo que los hombres dicen, piensan, o imaginan, para llegar a los hombres de carne y hueso. Partimos de los hombres realmente activos y estudiamos el desarrollo de los reflejos y ecos ideológicos de sus verdaderos procesos vitales como nacidos de estos mismos»
Karl Marx ( 1818- 1883)
Vladimir Pyotrovich Tkachenko no es sólo el nombre de un proceso nacido de las revoluciones de octubre y florecidas a los pies de la Perestroika, también es un eslogan; una continua literatura de sentimientos de nostalgia, la búsqueda
continua de una década inveterada, a caballo entre la regeneración moral y el pánico al pensamiento.
No hay un jugador que haya despertado en nosotros mas sentimiento de pertenencia a una utopía, un gigante nacido en eriales ucranianos reclamado por las hoces y los martillos del desarrollo común. Y en ese común esfuerzo encontró la gloria y la tinta que dejan en la piel el orgullo y la humildad.
A Tachenko las percepciones y las epopeyas nos lo dibujan casi siempre con la camiseta soviética, mecanismo de trasmisión de ideales y frustraciones a partes iguales. Reclutado a una edad semi imberbe, todos le recordaremos por ser el bigote que todos nuestros padres ansiaban para sus retoños, o en su defecto para Epi o Corbalan. Tuvieron que llegar las barbas de generación espontánea crecidas a la sombra del glamour de Berverly Hills para reconciliar a una generación de trena y lecturas de Miguel Hernandez a la luz del destierro.
Hay en toda condición humana la sensación de que los grandes ingenios se forjan en pequeñas alforjas, y las grandes maldades en los cuerpos mas excelsos. Vladimir jamas podrá pasar a nuestra nostalgia como el ogro con guadaña encerrado en la zona, un repartidor cuentas pendientes o un bandolero de los Urales; mas bien podríamos enclavarlo en la búsqueda de una humillación que los amantes del baloncesto solemos denominar tapón, el cual venía encerrado en el cofre de sus interminables 2 metros y 21 centímetros, que al igual que a Pandora, lo único que solía quedar a su oponente era la esperanza.
Memorable, onirica y onanisticas fueron sus luchas con Arvydas Sabonis, el mejor pívot de la historia europea (permitaseme la licencia opinadora). Soviéticos por parte de padre, pero infieles comunistas a la hora de enfrentarse en la cancha. Tachenko defendiendo al actual CSKA (TSKA) y Sabonis al mítico y admirado Zalgiris Kaunas. Evidentemente Dios no existe, si lo hubiera, a los amantes de esto nos los habría regalado en la época de las redes etéreas y no en las épocas en las que todo lo que venia del telón de acero nos era donado en forma de archipiélago gulag.
Vistiendo la elástica de la URSS, empezó en los Juegos Olímpicos de Montreal, donde nació y se desarrolló una rivalidad sólo apta para mitómanos, con la también extinta Yugoslavia, la cual aparto en dichos juegos olímpicos a los soviéticos de la lucha por el oro, relegándolos al bronce, para también amargar los corazones esteparios en el consiguiente europeo de 1977 y el Mundial de Filipinas del 78 (plata). Al ser preguntado un día Sergei Belov por sus enfrentamientos contra los hermanos eslavos, el mito soviético añadió aquella famosa frase de «La revolución la inició Lenin, pero el proletariado siempre escucha las plegarias de Delibasic».
Como en la vida las sinergias siempre actúan a espaldas del destino y las profecías nunca son eternas; los éxitos de una época de tiranía física y de latitud soviética siguieron regando las copas en las mesas del Kremlin.
Oro en los europeos de 79, 81( la venganza es siempre un plato apetecible en la mesa de la avaricia ideológica, verdad don Bogdan Tanjevic? ) y en Alemania 1985.
Un golpe involuntario…pero dado por un gigante
A toda decepción, que no es otra cosa que la percepción errónea de un futuro mas propicio, como el bronce en los Juegos Olímpicos de Moscu en 1980 (sí amigos, el talento plavi forjado en los barrios de Belgrado, volvió a ser la antítesis que todo verso de amor encuentra las novelas de Tolstoi) le siguió el triunfo del comunismo tardío, disfrazado de matrioska en el Mundial del 82 sobre la selección de Estados Unidos. Para que la miel endulce la comisura de los labios, siempre ha de haber una obrera que prepare nuestras esperanzas.
Como no todo en la vida es burocracia, los números podrán decirnos que Tachenko jugó igual que vivió, como la sintonía maravillosa que acompaña a una película nefanda. Oír, soñar, susurrar, respirar y sentir esos acordes nos
llenan el alma, mas las lágrimas que inundan nuestra nostalgia jamas se borraran de nuestras pupilas.
Viniste a España (Guadalajara) a acabar una carrera plagada de éxitos humildes y secretos, tu espalda dijo basta, mas los que vivimos esa época a caballo entre lo que nos hubiera guardado sentir y lo que nos hubiera gustado olvidar, sabemos que en esa espalda no llevabas solamente triunfos, llevabas también las ilusiones de unos padres que anhelaban no sólo tu altura y fortaleza, si no una nueva ilusión.
«Hijo, toma mucho Cola Cao y te harás tan alto como Tachenko». No papá, no era verdad, pero fue tu primera piedra para que amara el baloncesto.
Gracias
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Articulo escrito con el peculiar estilo de Victor Marcos en twitter: @tanwiti, puedes leer mas cosas suyas en su blog: la canasta sarcástica.
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