El Olor de la Victoria
Originalmente esta historia fue publicada en enero de 2015. En aquella temporada, los Lakers de Kobe Bryant no tenían bolsas de deporte lo suficientemente grandes para cargar las derrotas que acumulaban. Ha pasado algo de tiempo desde entonces, pero el sentido de la historia sigue siendo el mismo, buscar una solución para mejorar el balance de derrotas y victorias de la franquicia. Jeanie Buss optó en la primavera de 2017 por poner a Magic Johnson al mando de las operaciones para mejorar el juego, deshaciéndose de Mitch Kupchak, que había sido el manager general hasta entonces. Nosotros fuimos pioneros en buscar una solución pensando que jugar al baloncesto siempre es diversión, alegría y creatividad. Esta «agradable» solución hubiera sido imposible de contar sin la inestimable ayuda de @Rosmadoiro (nunca os estaré lo suficientemente agradecido chicos). También agradezco a Jordi Perramon @guguseti , director de esta web, las oportunidades que me ha dado para trabajar en todos sus proyectos, no cambiando, ni añadiendo, ni una sola coma de lo publicado y difundido por mí a lo largo de este tiempo, permitiéndome expresarme siempre con total libertad, algo que yo valoro enormemente. A los dos muchas gracias. Orofino33.
15 ENERO de 2015.
Kobe Bryant abandonó el entrenamiento muy enfadado. Tuvo bronca con sus compañeros en la práctica de tiro de la mañana. La tensión en el Toyota Sport Center de El Segundo, la cancha habitual de ejercicio de los Lakers, fue irrespirable. Se marchó sin acabar la sesión. Ya no aguantó más. La presión por el mal juego del equipo y la falta de complicidad con alguien cercano a él le hicieron estallar. Echaba de menos a los antiguos Lakers y a su hermano Pau Gasol, que siempre le respaldaba en las situaciones difíciles. La prensa le había puesto en el ojo del huracán y miraba con lupa cada uno de sus movimientos, cada una de sus jugadas. Tenía que hablar de ello con la presidenta Jeanie Buss. Se sentía solo y algo tenía que cambiar. Cogió su auto y se dirigió a las oficinas de los Lakers en el Staples Center en el viejo downtown de Los Angeles.
Pasó su tarjeta de identificación por el dispositivo de seguridad e introdujo su vehículo en el aparcamiento. Apenas unos minutos antes, cuando estaba parado en un semáforo, un mirlo americano se había posado en el brillante capó rojo de su Ferrari 458Italia.
El pájaro, que venía persiguiendo una libélula desde Newport Beach, había visto la oportunidad de cazar a su presa y se había lanzado a por ella en picado. Esta le esquivó en el último instante y el ave no tuvo más remedio que aterrizar derrapando encima del capó, para rehacerse rápidamente y seguir persiguiéndola de nuevo. “¡Oh, shit, que rayón! Esto no me lo esperaba.” maldijo el jugador. Kobe dejó estacionado el vehículo en su plaza reservada y llamó al concesionario de Ferrari en Beverly Hills desde su smartphone. Se llevarían el coche para repararlo y le enviarían uno de sustitución. Mientras tanto, él se entrevistaría con Jeanie y volvería a casa en la limusina del equipo.
El 24 de los Lakers caminaba por los pasillos del Staples saludando a todo el mundo. Se introdujo por la puerta lateral que da al hall de los ascensores y se encontró con el rapero Snoop Dogg. Los dos amigos se saludaron con alegría: “Hi, man. What’s up.” y Kobe le preguntó qué hacía allí. Snoop le contestó que estaba ultimando los preparativos del concierto que iba a dar esa noche. Su gira Marihuana Tour había tenido mucho éxito por todo EE.UU. y este era el último recital. Snoop acompañó a Kobe hasta el ascensor de acceso y, cuando este se abrió, los dos amigos se sorprendieron al ver el revuelo que montaban un grupo de individuos vestidos de ejecutivos, que salían de él. Mitch Kupchak, el mánager general de los Lakers, era el que encabezaba el grupo. Le saludaron de pasada y Kobe y Snoop se miraron con malicia. No había en todo Los Angeles un tipo más parecido a John Malkovich que aquel.
Después de unas risas, los dos colegas se despidieron. Snoop se dirigió a la pista central, donde estaba montado el escenario, y el jugador subió hasta el último piso, la planta ejecutiva desde la que la familia Buss domina todo el nuevo centro financiero de Los Angeles y donde Jeanie le esperaba para preguntarle que le pasaba.
The Black Mamba no estaba contento. Tras la marcha de su hermano Pau, toda la atención mediática recaía sobre él y eso le agotaba. Aún estaba resentido de su lesión y la prensa le miraba con lupa. Estaba molesto y nada le satisfacía. Ni los últimos records que había batido: más tiros fallados y superar a Michael Jordan en puntos, ni tener por coach a toda una leyenda de los Lakers con un bigotazo imponente… nada.
Jeanie pensó en el mostacho de Byron Scott, recordó lo suave que era el de su exnovio Phil Jackson y puso una mirada lánguida por los viejos tiempos de amor y victorias. Intentó consolar a su estrella y le dijo que ella también estaba preocupada porque la gente ya no iba a verlos. El juego era desastroso y debían hacer algo para remediarlo. Tenían que desviar la atención de la prensa, atraer de nuevo a los fans. La presidenta se quedó pensando y llamó al mánager general. Cuando Kupchak entró, vio como una sonrisa se dibujaba en la cara de los dos al recordarles a John Malkovich y no pudo evitar pensar: “¡Oh, shit, ya se están riendo! Esto no me lo esperaba.” Se sentó con ellos y debatieron un buen rato. La crisis era seria y los tres acordaron que Mitch pondría a toda su gente a trabajar en una brainstorm de urgencia para obtener nuevas ideas y superarla. Finalmente, tras quedar en que hablarían aquella misma tarde por twitter para ver las nuevas propuestas, el jugador se marchó.
Kobe volvió a su casa en Newport Beach. Su mujer y sus hijas estaban disfrutando de la piscina cuando le oyeron llegar. Vanessa Laine les dijo a las niñas que su padre estaba muy agobiado últimamente y que había que hacer todo lo posible por distraerle. Las dos le abrazaron y empezaron a contarle todo lo que habían hecho en el colegio. Natalia Diamante, su hija mayor, le dijo que no había fallado ni una canasta y su hija menor, Gianna Maria-Onor’e de 8 años, le explicó que estaba aprendiendo a escribir en la tablet del colegio. Su mujer le comentó que esa noche estaban invitados a la demostración de una “Fume Iron”, un aparato revolucionario inventado por unos europeos, que iba a sustituir a las planchas para el pelo que se habían usado hasta entonces.
Estaba contenta porque les pagaban sus cachés íntegros por estar en esa presentación. Aquello animó a Kobe, que se puso el bañador y se relajó. Tras pasar un par de alegres horas en la piscina, la familia entró en el hogar. Las chicas subieron al piso de arriba y Kobe se quedó abajo dando de comer unos muslos de pollo a sus tiburones en el acuario. Después cogió su Smartphone y se sentó frente de la mesa del salón. Empezó a “twittear” con Mitch y con Jeanie, que aún estaban en el Staples, para saber que ideas nuevas tenían.
Lo que le contaron no le hizo ninguna gracia. No había nada original, nada nuevo y la tensión subía entre ellos. Kupchak se le enfrentó: “Okey. You’re very smart. Esto no es fácil. ¿Acaso tienes tú alguna idea?” le escribió. Kobe iba a mandarle a tomar por… en la última colina del monte más alto de California cuando llamaron a la puerta. Se levantó, dejó el teléfono encima de la mesa y fue a abrir la puerta. Un empleado del concesionario de Ferrari le traía el coche de sustitución. Era un Lamborghini Aventador negro, que el dueño quería que probara.
Kobe pensó: “¡Oh, shit, que bonito! Esto no me lo esperaba.” y emocionado salió al exterior para admirar aquella máquina. Llamó a su familia, que acudió rápidamente. Las niñas bajaron corriendo las escaleras de entrada de la mansión y fueron las primeras en tocarlo. Su mujer bajó después, un poco más despacio. Ya estaba arreglada y guapa para el evento de la noche. Traía las invitaciones de la mano y las dejó encima de la mesa. Kobe se sentía alagado. Aquel era realmente un auto digno de La Mamba Negra. Se introdujo en él y cuando pulsó el botón de encendido, el motor del aquel cohete rugió, asustando a la pequeña de los Bryant, que salió corriendo para la casa.
A Gianna Maria-Onor’e ya no le interesaba aquella máquina. Le daba miedo y solo quería volver a su habitación para seguir jugando con sus muñecas. De camino a su cuarto, pasó por el salón y las invitaciones llamaron poderosamente su atención. Las ojeó y, de entre ellas, cogió un panfleto de colores que destacaba considerablemente. En él estaba escrito por todos lados con letra roja grande y brillante: “Have Got a Fume Iron”, “Have Got a Fume Iron”. Era la propaganda que se iba a enviar por todas las casas de Los Angeles para promocionar las nuevas planchas.
Después vio que el smartphone de su padre estaba encendido con el teclado abierto y recordó lo que había aprendido aquella mañana en el colegio. No pudo evitarlo y, pulsando letrita a letrita con sus pequeños dedos a la vez que las repetía en voz alta, escribió en el twitter de su padre: “havegotafumeiron” En aquel instante, un esforzado mirlo americano, que seguía persiguiendo una libélula desde el centro de Los Angeles, se colaba por la puerta de entrada a la casa y revoloteaba en el salón. La niña le vio y empezó a observarlo con curiosidad. Estaba fascinada viendo como se esforzaba por cazar a la libélula, cuando la voz de Kobe sonó potente, pero suave, desde el exterior: “Gianna c´mon, c´mon.” La niña reaccionó al instante. Se levantó de la mesa y fue corriendo junto a su padre. En ese momento, el pájaro atrapó por fin aquella escurridiza libélula y aterrizó sobre el smartphone de Kobe, poniendo su patita de 2 centímetros sobre el botón “enviar” de twitter mientras pensaba: “¡Ooooh, shit, que rica! Esto no me lo esperaba.” Y se la comió. Después, salió por la puerta por donde entró en busca de más de aquellas ricas libélulas.
“¿Havegotafumeiron? ¿Havegotafumeiron? ¿Qué demonios es havegotafumeiron?” le preguntaba un nervioso Mitch a su presidenta. Finalmente se tranquilizó y le dijo con voz melosa: “¿Tu lo has leído, Jeanie?” Esta asintió y le puso una sonrisa de circunstancias mientras pensaba en John Malkovich. No tenía ni idea de que sería aquello y le propuso que lo mejor era buscar en Google para saber que había querido decir Kobe. Mitch introdujo “havegotafumeiron” en el ordenador y esperó la respuesta del navegador. Cinco segundos después se llevaban las manos a la cabeza y se miraban incrédulos mientras pensaban: “¡Oh, shit, que gran idea! Esto no me lo esperaba.” Finalmente, a Jeanie le brillaron los ojitos y tomó una decisión. Se puso seria y le dijo: “Esto es importante. Llama a Magic Johnson. Iras con él a España.”
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48 horas después la sonrisa de Magic Johnson iluminaba el interior de la catedral de Santiago de Compostela. Creía que estaba soñando, pero no era así. Aquello era real. Un inmenso incensario de 1.60 metros de altura y 53 kilos de peso se elevaba 19 metros por encima de su cabeza esparciendo su humo por la amplia nave. 8 esforzados hombres, dirigidos por el tiraboleiro mayor, tiraban y soltaban de una maroma de 90 kilos a intervalos regulares. La cuerda hacía oscilar el botafumeiro con un movimiento pendular en un arco de 65 metros, moviendo al extraño artefacto a una velocidad de 70 kilómetros por hora desde la puerta de Azabachería hasta la de Platerías. La humareda que salía de él y el intenso zumbido que hacía al desplazarse se le metían dentro y le estaban hipnotizando. Kobe tenía razón, aquello era lo que necesitaban. “¡Oh, shit, que espectacular! Esto no me lo esperaba.” pensó Magic mientras le daba con el codo a Mitch Kupchak, que a su lado sonreía con la idea de colocar aquello en el Staples.
Un día antes, mientras viajaban en un avión privado en dirección a Santiago-Lavacolla, Mitch le había explicado a Magic los pormenores del asunto. Le contó como Jeanie y él se habían quedado sorprendidos al introducir la palabra “havegotafumeiron” en el buscador de Google y ver como este les había devuelto la expresión “Did you mean: have botafumeiro” con un enlace a la Wikipedia y un montón de imágenes del botafumeiro de la catedral de Santiago. Pensaban que tal vez habría sido Pau Gasol el que le había
dado la idea, pero no estaban seguros. Cada vez que le preguntaban a Kobe sobre el tema, este les respondía que no sabía de qué le estaban hablando y, además, se ponía muy pesado porque solo quería hablar de su nuevo coche.
Magic estaba entusiasmado, aquel espectáculo había sido asombroso. Ya veía a aquel artefacto colgado del techo del Staples cuando algo le dejo con la boca abierta. Un monje vestido con unos hábitos del mismo color del uniforme de Los Angeles Lakers subía hasta el altar en el momento de la comunión y Magic pensó: “¡Oh,shit, nos copian! Esto no me lo esperaba.”
Terminada la ceremonia, mientras Magic le hacía señas al extraño monje que vestía los colores de los Lakers, Mitch Kupchak se dirigía al jefe de aquellos esforzados hombres para preguntarle cómo podrían llevarse ese artilugio a Los Angeles. El tiraboleiro mayor se sorprendió al ver que John Malkovich era mucho más grande de lo que parecía en las películas y dijo para sí “Carallo!, vostede que alto é! Isto non mo esperaba.” Después pensó que el deán de la Catedral se llevaría una alegría, ya que, desde el robo del Codex Calixtinus y el millón de euros, no le había vuelto a ver sonreír. Se encogió de hombros y les dijo que le acompañasen al despacho del jefe de todo aquello, el hombre que tenía la llave para permitirles sacar el botafumeiro de Galicia y llevárselo a los U.S.A.
Cinco minutos después, mientras al deán de la catedral le recorría un escalofrío por la espalda cuando repasaba las cuentas de la basílica, Magic y Mitch golpearon la puerta de su despacho. Este, dando permiso para entrar, levantó la vista de los balances. No dio crédito. Allí le tenía, sus oraciones habían sido atendidas. Había llegado un enviado del cielo y, dando un bote en el sillón, fue a saludar efusivamente a John Malkovich. “Mister John Malkovich, Mister John Malkovich. Cuanto honor, cuanto honor.” le dijo el deán, mientras apretaba la mano de Mitch enérgicamente, casi arrodillándose en el suelo. Magic le miró y se llevó el dedo índice a la boca indicándole a Kupchak que guardará silencio y que le siguiera el rollo. El deán estaba feliz, pues era un gran amante del cine y su actor fetiche era John Malkovich, y pensó que aquello era una señal divina. Les invitó a sentarse y le preguntó a Malkovich qué podía hacer por él.
El canónigo no salía de su asombro. Llevaban ya un buen rato conversando y pensó para sí: “¡O, merda est, ya era hora! Pero esto no es lo que me esperaba.”, y es que, por fin tenía a John Malkovich delante, pero este solo le hablaba de un tal Kobe Bryant, al que no conocía de nada. Además, no paraba de preguntarse por qué Malkovich quería llevarse el botafumeiro a Los Angeles para hacer feliz a ese hombre, que por lo visto estaba triste. Harto de no comprender la situación y de no poder hablar de cine con un actor que no sabía darle detalles de ninguna de las películas en las que había actuado, decidió terminar por la vía rápida haciendo el signo universal de “enséñame la pasta” y cerró un poco su mano, juntando el dedo pulgar con los dedos índice y corazón para, mientras los acariciaba, mirar directamente a John Malkovich a la cara. Fue entonces cuando la amplia sonrisa de Earvin Magic Johnson relució en aquel lúgubre despacho. Y cuando este sacó su chequera, el deán le entregó su pluma.
48 horas después, y un millón de dólares de por medio, los esforzados tiraboleiros custodiaban el embarque de 8 hábitos monacales con los colores de equipo de Los Angeles y del espectacular botafumeiro en la inmensa panza de un avión militar de carga de las fuerzas aéreas norteamericanas, que había sido desviado de su ruta habitual para transportarlos hasta Los Angeles. Al mismo tiempo, dos ejecutivos de Los Angeles Lakers volaban de vuelta a casa en el mismo jet privado que los había traído, mientras veían los últimos partidos
de su equipo y abrían una botella de Albariño para brindar por el éxito de su empresa. “¿Viste la cara del deán cuando sacaste el talonario y lo llenaste de ceros?” le preguntó Mitch a su colega. “¡Oh, shit, que esperabas! Era visto.” le respondió Magic Johnson.
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El tiraboleiro mayor dijo que ya era suficiente. Durante toda la mañana habían probado varias veces que la estructura que sujeta el octógono central, donde están colocadas las pantallas gigantes del Staples Center, soportaba el peso y el movimiento del saco que habían empleado para sustituir al botafumeiro. Había llegado el momento del ensayo general con la pieza original. Magic, Jeanie y Kupchak se sentaron a pie de pista. Allí lo tenían, el objeto de sus desvelos brillaba sobre el parquet de los Lakers. Los tiraboleiros se pusieron los 8 hábitos monacales que Magic había comprado a aquel extraño monje, que había visto oficiando en la Catedral, y dos de ellos pasaron un grueso madero por debajo de las cadenas del botafumeiro. Lo cargaron en sus hombros y lo llevaron hasta el centro de la cancha. El tiraboleiro mayor se subió a una pequeña mesa y enlazó la maroma, que colgaba del octógono, a la anilla superior de aquel ingenio con el histórico nudo ancestral, como siempre lo había hecho en la catedral. Acto seguido, los ojos de Jeanie chispearon cuando vio que los cinco tiraboleiros restantes tiraban hacia abajo del grueso cordón elevando el gigantesco incensario. Después, situaron la parte baja del artilugio a la altura de la cabeza del tiraboleiro mayor, el cual lo sujetó fuertemente y lo empujó hacia una de las canastas. El espectáculo acaba de comenzar. A medida que los 8 esforzados hombres tiraban de la maroma, el botafumeiro cogía más y más altura para coger más velocidad en su descenso cuando aflojaban el grueso cordón. Jeanie y Kupchak sonreían como niños, pero Magic no. Estaba pensativo. Pasados los dos minutos y cincuenta segundos del espectáculo, Magic se levantó y le hizo una señal al tiraboleiro mayor para que se acercase hasta ellos.
“¿Por qué no hay humo?” le preguntó el antiguo base de los Lakers. El tiraboleiro se encogió de hombros y pensó: “Carallo!, tarde piaches! Esto ya me lo esperaba.” y les explicó que él ya se lo había dicho al deán, que había que llevar el carbón y el incienso, pero que este le había contestado que ustedes solo habían pagado por el botafumeiro y que, de necesitarlo, ya se encargarían de conseguirlo. Kupchak miró al tiraboleiro con la misma mirada de asesino de John Malkovich en “Los Miserables” y le dijo que estaban en Los Angeles, que el petróleo hacía mucho tiempo que había sustituido al carbón y que el único que conocía era el de las barbacoas. En cuanto a aquello del incienso, quizás podría servir el de las tiras aromáticas. El tiraboleiro les explicó que el carbón de barbacoa no servía y que el incienso que usaban procedía de unas resinas aromáticas especiales, que tenían la propiedad de serenar a la gente. El tiraboleiro se quedó pensativo y luego dijo que antiguamente, cuando no había carbón, se utilizaba paja seca aromatizada y que quizás abría en algún rancho cercano. En ese momento a Jeanie le volvieron a brillar los ojos. Sabía que siempre hay una solución para todo y poniendo su mano sobre el hombro de Kupchak le dijo: “No te preocupes, llama a Snoop Dogg”.
Nueve horas más tarde, Los Angeles Lakers jugaban un partido desastroso ante Chicago Bulls. Kobe estaba desquiciado por la falta de compromiso de sus compañeros y por la defensa de ayudas que le estaban haciendo Noah y Gasol. Perdían de quince al descanso, cuando le pidieron que no fuera al vestuario. Tenían una sorpresa para él. Snoop Dogg salió al escenario junto a las cheerleaders de los Lakers y 8 esforzados hombres, que iban vestidos con túnicas púrpuras y cogullas de color oro. El rapero empezó a cantar, las animadoras a bailar y cinco de los tiraboleiros se subieron la capucha y comenzaron a hacer extraños movimientos de rap, que les habían enseñado las alegres animadoras, mientras los tres restantes preparaban el artefacto. Cuando terminó el rap, la jefa de las cheerleaders recogió un paquete de encima de la mesa de anotadores y se lo entregó al cantante. Snoop fue hasta el botafumeiro y se inclinó ante el tiraboleiro mayor con gran solemnidad. Le entregó el paquete y le dijo con voz profunda: “Préndalo tal cual, padre.” Este colocó el paquete dentro del artilugio y lo encendió con un fosforo.
Rápidamente el humo les envolvió y taparon el ingenio. Tiraron de la cuerda y el botafumeiro fue cogiendo velocidad a medida que lo balanceaban de un extremo a otro de la pista del Staples Center. Cuando adoptó su movimiento pendular característico, el humo se desplegó por todo el pabellón. Snoop respiró el aroma, asintió satisfecho y se fue a sentar junto a Kobe, que, con una gran sonrisa en los labios, no daba crédito a lo que estaba viendo mientras pensaba: “¡Oooh, shit, that great show! Esto no me lo esperaba.”
Desde su palco particular, Jeanie Buss, Magic Johnson y Mitch Kupchak veían asombrados como aquel pendiente gigante se movía de un lado para otro y descorcharon una botella de champán para celebrarlo. Magic hacía cuentas y sonreía pensando en el dinero que ganaría paseando el botafumeiro por todas las ciudades de EE.UU., lo había alquilado por un año y le daría mucho beneficio. Mitch sonreía pensando que por fin se desviaría la atención del pobre juego desplegado hasta entonces y eso le daría tiempo para rearmar la franquicia de nuevo. Y Jeanie sonreía pensando que los fans regresarían de nuevo al Staples, pero, sobre todo, sus ojos brillaban de felicidad viendo que la estrella de Los Angeles Lakers, su jugador franquicia, volvía a reír de nuevo.
Aquella noche los Lakers ganaron de treinta a los Bulls.
Epilogo: Durante los dos meses que el botafumeiro estuvo en el Staples, los Lakers no volvieron a perder. A Kobe se le pasó el enfado y el ambiente cambió… digamos que se volvió más respirable. Por todo Los Angeles se corrió la voz y los fans (y los que no lo eran) se pegaban literalmente por conseguir un abono para toda la temporada. Y, “¡Oh, shit! Era visto.”, Snoop Dogg no se perdió ningún encuentro.
Texto: Orofino33 (@orofinosincausa)
Imágenes: @Rosmadoiro (#EraVisto)
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