Chris Andersen: Sentimientos tatuados.
Calentamiento.
Al comienzo de la temporada 2013-2014, la última en la que iba a ser comisionado de la NBA, David Stern viajó a Miami para tener la oportunidad de apretar fuertemente la mano de un jugador que, alejado de las grandes estadísticas y de las jugadas decisivas de las grandes estrellas, se hizo merecedor del anillo de campeón de la NBA tras haber transitado por caminos diferentes a los que habitualmente siguen los grandes jugadores que llevan en sus dedos este exclusivo distintivo.
Cuando el presentador del American Airlines Arena, Michael Baiamonte, pronunció su nombre, Chris Andersen, más conocido como Birdman, dio un pequeño bote, y con un aire resuelto y decidido se dirigió hacia el centro de la cancha donde estaba el comisionado para recibir de él su felicitación en nombre de todos los aficionados, dirigentes y jugadores que forman parte de la NBA. Entonces, David Stern, observó que aquel jugador que andaba hacia él, como si sus tobillos no tuvieran huesos y músculos, sino resortes y muelles, le miraba con la mirada del que, tras pasar grandes penalidades, ha superado todos los obstáculos que le ha puesto la vida y ha conseguido llegar a la cima por derecho propio. Y en la cara del comisionado se esbozó una sonrisa cuando vio como el pájaro elevaba sus brazos como si fueran alas para saludar y devolver todo el aprecio que le tienen los aficionados a la NBA de Miami, al igual que aún se lo tienen los aficionados de ciudades tan dispares como Denver, New Orleans y Oklahoma.
http://youtu.be/roOeIGayPUY
La entrega a «The Birdman» a partir del min 4:18 del vídeo.
David Stern, al apretar su mano, sabía que el cincuenta por ciento del éxito de Chris Andersen está en esos muelles y esas alas, que le permiten saltar y elevarse como un pájaro para buscar el mate duro y contundente, el rebote estratosférico y, sobretodo, el tapón imposible. Resortes que le han proporcionado la capacidad necesaria para llegar a un lugar, allí donde el balón vuela en su punto más alto cuando es lanzado a canasta, que está vedado para aquellos que no tienen ni la fuerza ni la motivación necesarias para elevarse por encima de los parquets y volar por su espacio aéreo como si de un ave rapaz se tratase en busca de su presa. Pero Stern también sabía que el otro cincuenta por ciento reside en la capacidad del Birdman para conectar con el aficionado y ganarse a la gente, proporcionando ese valor añadido que es tan difícil de aportar a la liga por aquellos jugadores que, actuando como reservas, solo salen cuando la estrella debe descansar, pero que tienen la obligación de mantener la intensidad necesaria para, a base de coraje y esfuerzo, evitar que el interés por el partido no decaiga en el espectador. Un valor
añadido que solo unos pocos jugadores, que se salen del estándar habitual, proporcionan y que permite que la NBA destaque por encima de cualquier otro baloncesto de alto nivel. Jugadores como Erving, Magic, Bird, Jordan, Shaquille, Kobe, Lebron, etc. tienen o han tenido ese plus, que hace que el aficionado se vuelque con ellos. Identificándose con el jugador en cada jugada que protagoniza hasta el punto de querer llevárselo consigo para decorar muchas de las paredes del mundo con un poster suyo o comprando su camiseta y luciéndola con orgullo camino del parque donde juegan al baloncesto con sus amigos. Un valor añadido, un plus, que envuelve, con un lazo perfecto y precioso, el extraordinario espectáculo mediático que es ahora la NBA tras haber sido transformada a lo largo de los años en el medido crisol de la mente de David Stern.
Tras saludar a Stern y recibir el anillo de manos del propietario del equipo, Micky Arison, Chris Andersen ocupó su lugar en el otro lado de la pista concentrándose en el brillante resplandor de los diamantes. Tratando de saborear aquel único momento y apartando de su mente las extraordinarias dificultades con las que ha tenido que lidiar a lo largo de su vida y de su carrera deportiva. Concentrándose en aquel lejano 20 de enero de 2013 cuando firmó un contrato precario por solo 10 días con Miami Heat y que, tras su renovación hasta final de temporada, permitió a Erik Spoelstra, el entrenador jefe de los Heat que siempre había confiado en él, encadenar una racha de 27 victorias consecutivas, la segunda más extensa hasta la fecha solo superada por las 33 de Los Angeles Lakers en la temporada 1971-72; antes de plantarse en los playoffs con un record de 66 victorias y ganar el título de la NBA por segundo año consecutivo y por tercera vez en su historia.
Aquel anillo significaba mucho más que un distintivo: era el broche que cerraba una dura etapa de su vida deportiva, que se había iniciado cuando la liga le había apartado de los pabellones durante dos años, un mes y ocho días, por consumo de drogas; pero era también el reconocimiento al esfuerzo de un chico criado en medio de las serpientes de cascabel que viven en los campos de Texas.
Parte I: Fundamentos defensivos.
Chris Andersen es uno de los pocos jugadores que forman parte del universo NBA que tiene un titulo de campeón sin haber pasado nunca por el draft. Si ya de por sí es difícil para un jugador conseguir un anillo, llegar a tenerlo sin haber pasado por el proceso de selección natural al que obliga esta distribución administrativa es excepcional. Pero así es la vida de Andersen, tremenda a la vez que extraordinaria. Forjada con acero y fuego en las entrañas de su alma y con tinta y agujas en lo más íntimo de su piel. Reflejo de una personalidad atormentada pero muy dura, que en un momento de la historia de la NBA obligó a esta liga a cambiar una de sus normas por el simple hecho de mostrar con empecinamiento su vena creativa en el concurso de mates del año 2005.
En aquel concurso, cuando los fans le vieron saltar a la pista dispuesto a competir con rivales de la talla de Amare Stoudemire, la adrenalina les hizo saltar de sus sillones. Se había ganado a todos desde sus inicios en Denver en la temporada 2001-2. Durante cuatro años había conseguido tener una legión de fans que no le admiraban por su técnica, ni por su liderazgo, ni por su efectividad en pista, sino que le admiraban por su intensa forma de desenvolverse en el parquet, dotando a cada una de sus jugadas de una emoción absorbente. Su intensidad imprudente y sus mates salvajemente atléticos hacían que todas las miradas convergieran en él. Podía pasar cualquier cosa en cualquier momento y nadie quería perdérselo. Era como cuando veían baseball. Montones y montones de jugadas que no decían nada, pero que no impedían que los espectadores despegasen sus ojos del televisor, porque en cualquier momento podía surgir un “homerun”. Es decir, un mate espectacular o un tapón estratosférico en medio de jugadas anodinas, pero con el sello de Andersen, dotadas de sencillez, sentimiento e intensidad. Llegar donde no llega nadie, alcanzar el balón cuando supera el límite, taponar cuando nadie llegaría a las nubes. Los fans jaleaban todas y cada una de estas acciones porque proporcionaban emoción en estado puro. Sus largos brazos se lo permitían. Unos miembros sin los que volar hubiera sido imposible, unos remos que se transformaron en alas, unas alas que dieron nombre a su juego, Birdman. Y Andersen les devolvía todo el cariño, que los fans le daban cuando jaleaban sus jugadas, agitando sus brazos como si fueran las amplias alas de un águila. A medida que el balón le hizo avanzar hacia delante, los malos tiempos se fueron perdiendo.
Porque Chris Andersen es un pívot nacido en 1978 en Long Beach, California. Hijo de una motera llena de tatuajes y aspirante a enfermera de la marina llamada Linda y de un artista danés llamado Claus. Cuando tenía cuatro años de edad, sus padres, junto a sus tres hermanos, se trasladaron a Texas. Con un préstamo de la Junta de Tierras de Veteranos de Texas, compraron una parcela de 10 acres en Iola, una población de 236 habitantes a unos 100 kilómetros al norte de Houston. Eran la única familia en 2 kilómetros a la redonda. Un lugar donde la lucha con los animales, fundamentalmente jabalíes y serpientes, por dejar claro quién era el poseedor de la tierra era una constante.
http://youtu.be/hkHM_rIe6Sk
A la semana de recibir el préstamo, comprar la tierra y mirar las pocas cabezas de ganado con las que se podrían mantener, su padre huyó llevándose todo el dinero de la familia. El traslado desde California a Texas había sido una trampa perpetrada por su padre. El cual, buscando vulnerar las estrictas leyes del estado de California respecto a la pensión alimenticia y manutención infantil, había decidido desplazarlos a Texas para después huir y abandonar a su familia dejándolos absolutamente desprotegidos. Lo había preparado con antelación, él era un pintor y Nueva York era la meca de los artistas. Primer abandono.
Si es terrible que tu padre te abandone cuando tienes cinco años, más terrible es ver que tu madre cae en una depresión al ver que le es imposible hacer frente a los gastos y mantener a su familia. Andersen no sabía qué hacer porque no podía hacer nada. Cuando veía a su madre salir a trabajar, simplemente se sentaba, juntaba las rodillas y se balanceaba esperando que volviera de los escasos trabajos precarios que le ofrecían. Durante un tiempo la dieta de la familia fue pan y mantequilla de cacahuete y las escasas ayudas que sus vecinos les hacían llegar cuando les sobraba algo. Hasta que Linda tomó una decisión. No podía mantenerlos y, aunque sus entrañas se rasgasen por dentro, debía entregarlos al estado para que se hicieran cargo de su manutención. Envió a sus tres hijos a una casa-hogar en Dallas para que no estuvieran sin comida y sin una cama caliente. Y así fue durante tres años. Segundo abandono.
Afortunadamente el hermano de Linda, James, se retiró de su trabajo en California como capitán de la armada, sacó todos sus ahorros y se fue a Texas para ayudar a la única familia que tenía a salir adelante. Los niños volvieron de la casa-hogar y la familia se reunió de nuevo. Todo volvió a la normalidad para Andersen hasta que un día de camino a la escuela vio a su padre conduciendo una furgoneta. Corrió hacia él, pero tuvo que detenerse y protegerse. Su padre le había visto y bajándose del vehículo había comenzado a dispararle, para después huir rápidamente. Su madre intentó explicar aquella conducta, pero no pudo. Chris no pudo entender por qué su padre no le quería. Tercer abandono.
Parte II: Fundamentos ofensivos.
Durante su ciclo en “high school”, Chris Andersen probó varios deportes. Tanteó con el baseball pero su zona de “strike” era del tamaño del estado de Texas, experimentó con el fútbol siendo un ala defensivo y receptor bastante ágil y finalmente fue a un entrenamiento de baloncesto, donde su entrenador le dijo que tenía condiciones y que con dedicación probablemente conseguiría una beca universitaria. Tenía razón, pues al final de su etapa en la escuela, el entrenador de la Universidad de Houston, Clyde Drexler, y exjugador de Portland Trail Blazers de 1983 a 1995 apareció para ofrecerle un puesto en el equipo. Desafortunadamente a Andersen nunca se le dieron bien los estudios y no pudo completar los grados necesarios para entrar en la universidad, con lo que la opción de jugar en la NCAA y que los ojeadores se fijaran en él a nivel nacional quedó descartada. Afortunadamente el padre de su entrenador en la
escuela fichó por un colegio menor, el Blinn Junior College de Brenham en Texas, y se lo llevó con él. Sus estadísticas no estaban mal 10.7 puntos, 7.7 rebotes y 4.7 tapones en apenas 21,3 minutos por partido. No era universitario, pero sus números y su desarrollo hicieron que Drexler continuara siguiendo su pista.
En el año 2000 cuando terminó los estudios en Blinn no tenía un plan de futuro, nadie le había llamado y la única opción era ponerse a trabajar. Sin embargo, en su camino se volvió a cruzar su entrenador de la escuela secundaria, el cual había dispuesto para él jugar una serie de partidos de exhibición con los Embajadores de Texas. Un equipo formado por exjugadores universitarios que iban a hacer un tour por el mundo buscando equipos que se interesaran por ellos. En la gira por China, Andersen llamó la atención de un entrenador profesional chino cuando hizo varios tapones casi en lo más alto del pabellón. Le hicieron una oferta y así pasó a engrosar las filas de los Jiangsu Nangang Dragons de Nanjing, cerca de Shanghái. Desde diciembre del año 2000 y durante cuatro meses, un tipo del profundo sur-este de Texas, que nunca había salido de su casa, vivió en medio de la China más moderna. Todavía se ríe cuando se lo recuerdan.
Sin embargo, desde la NBA le seguían la pista. Kiki Vandeweghe, jugador de Portland de 1984 a 1989 y un gran amigo de Clyde Drexler, había sido nombrado mánager general de Denver en 2001. El año anterior había trabajado para los Dallas Mavericks, influyendo en el desarrollo de jugadores como Dirk Nowitzki como entrenador-jefe de ayudantes. Lo tenían en la agenda y Kiki decidió darle una oportunidad e invitarlo a la D-League. El 21 de noviembre de 2001, Chris Andersen, un jugador que no había pasado por el draft, firmaba su primer contrato profesional en la NBA por 289.747 dólares.
Sus nuevos compañeros viendo la envergadura de sus brazos y su capacidad para llegar hasta el techo taponando tiros impensables le apodaron “Birdman”. Nacía el apodo que daría nombre a la leyenda.
Parte III: Bloqueo y continuación.
En la temporada 2005-2006 un huracán de categoría 5 devastó la ciudad de Nueva Orleans. A su paso por el estado de Luisiana dejó a muchas familias sin hogar. Aquel final del verano de 2005, Chris Andersen se encontró, como la inmensa mayoría de familias criollas, con que su casa había desaparecido literalmente. Era su primer huracán, pero no sería el último. Un huracán de mayor categoría se estaba preparando para arrasar con su vida.
Después de los aceptables números que había conseguido en Denver y la legión de fans que se había ganado a pulso con sus sorprendentes jugadas y con su personalidad, los Hornets de Nueva Orleans se fijaron en él. Necesitaban gente con carisma que llevara de nuevo a los aficionados al pabellón.
En Denver, su capacidad para ganarse a la gente había sido inversamente proporcional a su capacidad para relacionarse con los entrenadores. Su forma de comportarse no era precisamente la que su entrenador, Jeff Bzdelik,
esperaba de un jugador. La situación llegó a tal extremo que cierta vez que Andersen estaba lesionado, se presentó a un partido con pantalones cortos y camiseta. Cuando se iba a sentar en los asientos que tienen reservados los jugadores lesionados al lado del banquillo, el entrenador le mandó directamente al vestuario. Al entrenador no le gustó aquel “uniforme” y Andersen aprovechó aquella oportunidad para subirse al gallinero y ver el partido con sus fans, con aquellos que realmente le apreciaban. Desde aquel momento la leyenda de “Birdman” se fue engrandeciendo.
La temporada 2003-04 en Denver le proporcionó a Andersen buenos números: 71 partidos jugados con una media de 15 minutos por partido y 4.2 rebotes. Su siguiente destino, Nueva Orleans, estaba llamando a la puerta y sería aún mejor. El primer año fue excelente: 67 partidos jugados a una media de 21 minutos, capturando 6 rebotes y taponando 1.5 veces por encuentro. Byron Scott, el antiguo jugador de los Lakers de Magic Johnson y ahora entrenador jefe de la franquicia, estaba sacando lo mejor del pájaro.
Su espectacularidad a la hora de realizar acciones inverosímiles y su popularidad hicieron que fuera seleccionado, por segunda vez consecutiva, para el concurso de mates de 2005. Durante el concurso intentó realizar 8 veces un mismo mate. Aquellos intentos se hicieron eternos y la NBA cambió la regla para que el concurso no se demorase. Sin embargo, Chris Andersen obtuvo una notoriedad inmensa. Todo el mundo hablaba más de él que del ganador del concurso. Estaba en la cima de la popularidad.
Pero las cosas no fueron todo lo bien que “Birdman” quería. Después del huracán en 2005, los Hornets se habían quedado sin casa. El pabellón donde jugaban había quedado destrozado y se vieron obligados a mudarse a Oklahoma City. La novia de Andersen no se adaptó al cambio y las desavenencias de la pareja se hicieron notorias hasta que ella se fue y le dejó. Cuarto abandono.
A partir de ese momento la vida de Chris Andersen se sumergió en una espiral de alcohol y drogas que, unida a su fama de fiestero duro y extremo, desembocaron en su expulsión de la liga. El 25 de enero de 2006 cuando el entrenamiento de los Hornets estaba acabando, el mánager general, Jeff Bower, se acercó a Byron Scott. Se sentaron y hablaron durante un rato. Después llamaron a Andersen. Le invitaron a sentarse y le comunicaron la decisión de la liga. Era la cuarta vez que daba positivo en un control antidrogas, incluidos positivos previos por consumo de esteroides. Hablaron poco, muy poco, Andersen realmente no dijo nada. Simplemente se levantó y se fue. Recogió sus pertenencias en el vestuario y no se volvió a saber nada más de él.
Byron Scott se arrepintió siempre. Tenía que haber hablado con él. Pero lo había pospuesto. No había sabido darle la vuelta a una situación en la que estaba obligado a intervenir. Los síntomas habían sido evidentes. El 21 de enero de ese año después de una victoria frente a los Nicks, Andersen había salido de un cuarto en el vestuario con una cerveza en la mano, diciendo que aquella sí que era realmente una bebida energética. Posteriormente su cara demacrada en los entrenamientos y sus labios, antes rosados y ahora constantemente blancos, hablaban de que algo pasaba. Aunque Andersen seguía rindiendo, lo síntomas habían sido evidentes y Scott no se perdonó nunca no haber hecho algo, aunque hubiera sido lo mínimo, por ponerle remedio. Era su jugador y su trabajo también era cuidarle.
Parte IV: Bloqueo ciego.
La NBA tiene una política muy estricta respecto al consumo de drogas. Estas sustancias habían sido una lacra durante los años setenta y ochenta. Sobre todo en los primeros, hasta el punto que se llegó a asociar jugador de basket con consumo de cocaína. Sin embargo, no todo es dureza con los afectados. La NBA, consciente del problema de las adicciones, también ayuda en la rehabilitación de los jugadores que caen en esta terrible trampa.
La ayuda de la liga y su capacidad de introspección hicieron que el pájaro volviese a volar. Se había dado cuenta del error y estaba luchando por superarlo. Ayudado por un abogado de Denver, Mark Bryant, que se convirtió en su asesor y tras pasar por una clínica de rehabilitación en Malibú, Chris Andersen empezó a entrenar a un equipo de muchachos de Denver. La rehabilitación poco a poco hizo su efecto. Y el 4 de marzo de 2008 la NBA volvió a restituir con efecto inmediato su puesto de jugador en los Hornets de Nueva Orleans hasta el final de temporada. En su primer partido contra Los Angeles Lakers, Jack Nicholson le levantó el pulgar. Había vuelto. El pájaro, como un ave Fénix, había renacido de sus cenizas.
Al acabar la temporada con los Hornets, los Denver le hicieron una oferta por un año. Había dejado muy buen sabor de boca entre los aficionados, que le querían y echaban de menos. Durante esa temporada volvió a hacer buenos números para los 20 minutos por partido que suele disputar, llegando esta vez hasta los 2.5 tapones por partido. Al acabar esa temporada firmó un contrato por cinco años más y por varios millones de dólares. El muchacho campesino de Iola cobraba como los ejecutivos tejanos del petróleo.
La temporada 2009-10 fue la mejor del pájaro. Con 22.3 minutos por partido, 6.4 rebotes y 1.9 tapones en 76 partidos. Su ansia por atrapar los balones, su necesidad de marcar sus mates y sus tapones estratosféricos iban acompañados del batir de sus brazos cuando acababa la jugada. Y la gente también lo hacía. Los padres disfrazaban a sus hijos con los atributos del pájaro: cresta, tatuajes, de vez en cuando barba o perilla, y cinta en la cabeza para el sudor. Los fans llevaban caretas gigantes con su cara. Solo salía 20 minutos por partido, lo suficiente para hacer más que nadie y llevarse al público en volandas. Había sobrevivido a la dureza extrema con la que la particular teoría de la evolución del baloncesto elimina jugadores.
http://youtu.be/l5T6fha8qj8
Pero el destino volvió a llamar a su puerta. En la temporada 2011-12 cuando estaba en la cuarta temporada de su nuevo contrato de cinco años, que hacia la séptima en Denver, la comisaría de esta ciudad recibió una denuncia que le acusaba de abuso de menores. El rodillo policial se puso rápidamente en marcha. Se investigó su casa y le requisaron el ordenador y la «play». La policía buscaba pornografía infantil, pero no encontró nada. Andersen fue interrogado. Su declaración no solo le exculpó, sino que abrió una investigación a nivel interestatal que afectó a otros atletas, empresarios y políticos. La policía había dado con una trama de extorsión. Una chica había contactado con él
y mediante el envío de algunas fotografías íntimas, le había pedido mantener relaciones. Andersen había verificado que la chica era mayor de edad y mantuvo una corta relación con ella porque de inmediato empezó a pedirle dinero. Justo cuando se deshizo de ella, comenzaron a llegar las amenazas de una mujer de Canadá, que le acusaba de haber mantenido relaciones con una menor y que le empezó a chantajear. Andersen no le hizo ni caso. La policía descubrió que su ordenador había sido clonado y que estaba intervenido por esa mujer. A raíz de esta pista y con la intervención de la policía canadiense se investigó a esta mujer y se intervino su ordenador, destapando una amplia trama de chantaje con ramificaciones en varios estados, que afectaba a otras personalidades. Posteriormente se descubrió que la chica con la que había mantenido relaciones era menor de edad, pero no lo suficiente como para saltarse la legislación del estado de Colorado que fija en 17 años la edad mínima para mantener relaciones consentidas.
Andersen se había librado, estaba exculpado. De hecho nunca fue acusado. Había recibido una zancadilla a traición de la que salió indemne y superado el bloqueo ciego que le habían puesto, pero el mal ya estaba hecho. Rápidamente la noticia se había filtrado a la prensa y el club había decidido apartarle del equipo. Aquella publicidad era muy dañina para la reputación blanca e intachable de la que hace gala la NBA y por extensión los propios clubes. Los Denver querían deshacerse de él a toda costa. Pero allí donde una puerta se cierra, otra se abre y alguien que se encontraba a 3.218 kilómetros de distancia estaba esperando su oportunidad.
Parte V: Dunk (mate).
Birdman se quedó sin saber qué hacer. Estaba bastante desorientado y confundido. Puesto que no tenía equipo se dedicaba a perder el abundante tiempo libre que ahora tenía recorriendo las calles con su moto y volviendo a beber cervezas con los colegas. Pero la fortuna, que siempre le fue favorable, se volvió a cruzar en su camino. Un día de invierno recibió una llamada telefónica que le abría de nuevo la puerta a la esperanza. Una llamada que le ofrecía una resurrección y que suponía la conclusión de una decisión tomada en Miami. Una decisión cuyo dialogo, a lo mejor , pudo desarrollarse así:
En la oficina 601 del Bulevar Byscaino, alguien levantó el teléfono que responde al número 777-1000 para contactar con
el móvil del representante de “Birdman”.
—“Entonces. ¿Le llamo o no le llamo?”—preguntó el entrenador.
—“Haz lo que quieras. Ya hemos tenido esta conversación muchas veces.”—respondió Pat Riley.
Era cierto. Erik Spoelstra, entrenador jefe de Miami Heat le había hablado e insistido muchas veces a su mentor y ahora mánager general del club, Pat Riley, sobre lo conveniente que sería para el equipo la presencia de un jugador como Andersen. Riley había puesto muchas excusas para su incorporación, pero ahora les salía a precio de ganga y no podía decir que no.
— “Ya sabes que no es mi estilo de jugador. ¿Cuánto le quedaba de contrato en Denver?”—preguntó Riley.
—“Un año. Pero está cortado. Ponlo a prueba. Tal vez Denver se haga cargo de los gastos.”—volvió a insistir Spoelstra.
—“Nos saldrá caro. Ya lo veras, pero, en fin…”—quedó pensativo Riley—“Hazle un contrato por diez días.”—dijo finalmente encogiendo los hombros—“Tienes mi “okey” para sacar adelante la operación. Me voy a jugar al golf con Micky* y se lo cuento.”—y cerró la puerta del despacho del entrenador jefe. (* Micky Arison, presidente de Miami Heat.)
Cuando Miami entró en los playoffs para llevarse el título, Birdman, un jugador con unas estadísticas precarias se alzó con un titulo especial. Superó en las eliminatorias contra los Pacers a pívots como Vlade Divac o Kareem Abdul-Jabbar en el apartado de porcentaje de tiro. Consiguiendo en cuatro encuentros un 100% de acierto en tiros de campo y nuevo record de ‘playoffs’.
Demostró que su integración era total y que Spoelstra tuvo razón al contratarle. En los 15 partidos de playoffs que Miami jugó antes del partido por la final de la Conferencia Este y que ganaron a Indiana, Birdman tenía un 85,4% en porcentaje de tiro tras anotar en 37 ocasiones de 43 intentos. Superando a James Donaldson con un 75% en la temporada 1985-86, a Vlade Divac con 72,7% en la temporada 1989-90 y Alonzo Mourning con 70,5% en la 1999-00. Convirtiéndose hasta ese momento en el jugador más fiable de la historia de los playoffs y siendo fundamental en el título conseguido por Miami mientras sus estrellas: Lebron, Bosh y Wade brillaban y él hacía el trabajo sucio.
Final de entrenamiento y recuperación.
Efectivamente. Pat Riley tenía razón. Miami pagaría dos años después, tras la marcha de Lebron James, un precio muy elevado por un jugador que solo se utiliza 20 minutos justos por partido y cuyas estadísticas es mejor no mirar. Este año, en julio de 2014, Chris Andersen renovaba con Miami por 10,375 millones de dólares por dos años. A Riley sigue sin gustarle, pero los fans le adoran.
Escrito por Orofino33 en twitter @orofinosincausa
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